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El retrato de Jesús que nos presenta Marcos tiene unos perfiles bien definidos. Tres testimonios certifican su identidad y su obra: las palabras humildes y a la vez sublimes de Juan el Bautista (v. 7); la presencia discreta, pero muy expresiva, del Espíritu (v. 10); las palabras amorosas del Padre (v. 11). La comprensión de la identidad de Jesús está enriquecida por la presencia del Espíritu. Estamos ante el misterio de la Trinidad. Dios que no es un solitario, sino amor, familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Al celebrar el bautismo del Señor, reavivemos el nuestro para renovarlo y sentir la experiencia única de ser hijas e hijos predilectos del Padre. Como bautizados con el Espíritu de Jesús, estamos llamados a seguir su mismo camino, insertados en el misterio trinitario. Si el distintivo esencial de su vida y misión fue: «… pasó por todas partes haciendo el bien y curando a todos los que padecían oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,38), así estamos llamado a vivir nuestro discipulado.
Señor, que el recuerdo de nuestro propio bautismo «en el fuego del Espíritu Santo» nos lleve a una vida comprometida en la misión de anunciar el Evangelio. Que la inserción en la vida trinitaria nos haga disponibles para llevar el amor de Dios a toda persona, sobre todo a los más desfavorecidos.