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En este pasaje podemos comprobar cómo Jesús pasa a nuestro lado y nos llama. Cristo se presenta a nosotros en las actividades diarias, cuando menos lo esperamos, ya sea en la oficina, ya sea en las labores de casa. Él nos ve y nos llama.
El seguimiento de este llamado requiere dejar las cosas de lado y seguirle a Él totalmente. Esto no significa que haya que dejar de trabajar en ese momento o salir del trabajo para estar con Él (aunque si fuera posible sería maravilloso, como quien atiende a su mejor amigo recibiéndole en casa y no sólo llamando por teléfono). Jesús nos llama sin importarle lo que somos o cómo somos. No le importa si somos un banquero, un albañil, un ama de casa, un pecador o un santo. Eso sí, una vez que le hemos respondido se nos pide dejarlo todo y seguirlo. Escogió a pescadores y a publicanos. Y no fueran los más inteligentes o capaces de su tiempo. Dios escoge a quien quiere. No hay motivos para tener miedo a fallarle, a no ser del todo fieles a Cristo en nuestro trabajo. Los apóstoles también le dejaron, pero, sin embargo, tuvieron el valor de levantarse.
El Papa Juan Pablo II lo dijo al inicio de su pontificado; "no tengan miedo, abran las puertas a Cristo". Hagámoslo porque para Dios nada es imposible.